Después de la llegada de Colón, las añiles infinitudes
oceánicas nos los trajeron en impulsivos e imponentes barcos, y tomaron los “Caminos que andan” hasta vislumbrar
en lontananza la rústica y bucólica
belleza que, siglos más tarde, el poeta Augusto Bracca resumiría en una ingenua
tonada: “Mi llano es un paraíso, /no hay otra tierra mejor”. Así arribaron los
conquistadores a este llano interminable llamado poesía. Venían ataviados de
ambición, ebrios de lujuria, circundados de destructores instintos e ímpetus
genocidas, y encontraron, apacible, al aborigen llanero, desnudo el cuerpo,
desnuda el alma, solamente investido de malicia innata para sobrevivir en medio
de la vorágine de su misma tierra bravía,
horizonte, más tarde profanado
por hispánicas y lusitanas botas imperiales, el recado mortal del
arcabuz, el golpe de la espada en el madero, símbolo receptor de
fundaciones de tierras “descubiertas”, y
el sometimiento obligado ante la cruz y la palabra apostólica y romana que
sustituyó la dedicación cotidiana del
nativo a la idolatría de elementos de la Madre Natura como sus dioses
iniciales.
Nuestros aborígenes hubieron de fusionar sus genes, no sólo
con la sangre de sus verdugos, sino también con la fibra corporal de ébano,
traída del África bajo cadenas y látigos, en las sentinas de los barcos. Y de
esa intimidatoria manera surgió la raza llanera. Entonces el naciente mestizo
se hizo mimético a las circunstancias, y fundió sus rituales, costumbres y tradiciones con la
religión, la magia negroide y la enseñanza pastoril de la cabalgata y la brega
de vaquería. El guayuco “tapa-rabo” fue sustituido por el “Garrasí”, la blusa,
la franela cruda, el pañuelo de madrás, el liquilique, y la falda floreada, reina del joropo; y el
pie desnudo comenzó a lucir la espuela de plata para jinetear nobles brutos,
indomables como la raza que brotaba de aquellos violentos cruces… ¡ así surgió
la nueva raza: EL LLANERO!
Sobrevivió los embates de la conquista y la colonización, y durante la gesta independentista se hizo godo detrás de “Legión Infernal”, aprendió a manejar la lanza, el machete y el fusil y sintió admiración por “El taita” José Tomás Boves; y a partir de 1816 se hizo patriota tras las falanges del catire Páez, a quien le guardó la misma reverencia que a Boves; y venció en Mucuritas, El Yagual, las Queseras del medio, el Pantano de Vargas y Carabobo. Después de la Independencia quedó cesante, como caballo sin amo hasta que lo llamó el clarín de la Federación y anduvo incendiando aldeas con Zamora, y asaltando pueblos con Arévalo Cedeño, y cuatreriando reses y cochinos tras el rucio paraulato de Pedro Pérez Delgado con el grito de ¡Maisanta!
Así lo perfiló la historia patria: indomable en la guerra y sumiso en la paz; obediente y leal a los caudillos. Nunca miró hacia atrás a la hora en que decidía marcharse detrás de un hombre a caballo. Se llamó “Juan Parao”, Cantaclaro y Florentino Coronado, y cantó con el Diablo. Y se llamó José Antonio Quirpa y lo mataron en Güiripa y de su sangre derramada se multiplicaron los copleros por todo el universo de la música, en cada Florentino, porque Florentino sigue vivo, aunque Gallegos dice que Mandinga se lo llevó y Arvelo Torrealba lo declaró vencedor. También así lo describió Miguel Otero Silva:
“Qué extrañas te suenan las cosas de ayer.
Cuando te ibas
detrás de Páez,
o tras de Boves,
a mancharte de sangre la lanza,
a cantar
un corrido en Aragua
y a llevarte en la grupa del potro
una mulata con los
senos duros.
Pero existes, llanero,
en el caliente corazón de Venezuela.
Y
los que te olvidaron serán sombras cobardes
cuando tus ideas amanezcan verdes/
como la sabana después de la lluvia."
Hoy, 30 de marzo de 2014, desde Tinaquillo-Cojedes, propiamente donde nacen los llanos occidentales donde nació Pedro Emilio Sánchez y enterró su ombligo, y en una noche cualquiera se atrevió a gritarle al firmamento:
“Voy a ver si con un verso
puedo bajar una estrella”.
Desde aquí, un pequeño pero significativo ejército de hombres y mujeres, comprometidos con el nombre y el futuro de Venezuela, desenterramos el amplio sentimiento de LLANERIDAD, ensillamos los rucios, los alazanes, los bayos y los castaños de las madrinas de Páez, dispersos en ese llano interminable llamado poesía y nos constituimos en lo que sea: asociación, colegio, fundación, legión. En fin, en lo que decida la mayoría, con el propósito de rescatar el orgullo de la llaneridad que como dijo el folclorista Alonso Rivas Encinozo:
“Es una palabra extraña, pero hermosa, porque dice mucho de lo que es y siente el hombre de esta tierra, hijo, nieto y bisnieto de llaneros. Esa condición de ser como somos… ¡llaneros! Una manera de vivir la vida: amplia, serena, franca, de amistad sincera, llena de horizontes y caminos”.
Cada uno se convertirá en multiplicador de los ideales que
vayan brotando como simientes en el fértil surco de la esperanza para que una
cosecha de hechos, provenientes de las palabras revienten en los aires y colmen
a Venezuela de una nueva filosofía, aunque sustentada en ese viejo llano que,
como dijo José León Tapia: “Lo que queda es la nostalgia”, pero de esa
nostalgia es de donde nace el propósito de reconstruir los sueños de nuestros
antepasados, para edificar ideas, proyectos y tesis que tracen la nueva línea
de indagar, estudiar, investigar, y así terminar de descubrir quiénes en
realidad somos.
El llano -está entendido- no es sólo la nostalgia pretérita de lo que dijo Loyola:
“Todo aquel que fue llanero
al ver sabana suspira”.
Como lo sentencia el poeta cojedeño Isaías Medina López:
“El llano es un hábito de vida. Es una tradición. Un estilo para arreglar con palabras lo que la madre naturaleza, reacomoda a cada instante. El llano es una lidia. Una tarea, que se debe probar muchas veces en careo con otros llaneros y paisanos del país”.
Y yo pudiera resumir, con celos de llanero, la filosofía de mi tierra y de su idiosincrasia en una simple redondilla:
Llanero que cambia el llano
por la civilización,
cambia la prima y bordón
por flauta, acordeón y piano
Pero para esto ya no hay tiempo, porque el Gran Augusto Bracca, lo resumió en dos versos sencillos:
Mi llano es un paraíso,
No hay otra tierra
mejor.