"El Llano es y seguirá siendo el refugio del descontento, el refugio delo que hemos sido siempre; porque el Llano, a pesar de toda su transculturación, no se muere nunca; porque queda la nostalgia, el recuerdo, queda la música, queda ese cuento que pasa de padre a hijo para que no se lo lleve el olvido" José León Tapia


12 de agosto de 2014

El Joropo, Historia y Cuentos en el municipio Esteller, edo Portuguesa - Alirio R. Acosta

  “En algunas villas y lugares de esta Capitanía General de Venezuela se acostumbra un bayle que denominan Xoropo escobillao, que por sus extremosos movimientos, desplantes, taconeos y otras suciedades que lo infaman, ha sido mal visto por algunas personas de seso”


 


Profesor Alirio Ramón Acosta
Cronista del municipio Esteller








 El Joropo, Historia y Cuentos en el municipio Esteller

Del “Glosario de Voces indígenas de Venezuela” recogemos una cita que Lisandro Alvarado toma del de Juan José Chourión titulado “El joropo o joropo3.jpgel jarabe venezolano” el cual refiere las primeras noticias sobre las manifestaciones de este baile en el país en 1749: “En algunas villas y lugares de esta Capitanía General de Venezuela se acostumbra un bayle que denominan Xoropo escobillao, que por sus extremosos movimientos, desplantes, taconeos y otras suciedades que lo infaman, ha sido mal visto por algunas personas de seso”; razón por la cual el Gobernador Don Luis Francisco de Castellanos lo prohíbe, según él existía sacrilegio y eran fiestas paganas las que celebraban los criollos con velorios y bailes de joropo en honor a los , además a la protesta se sumaron los burgueses de la aristocracia alegando que escandalizaban al clero. El mismo Chourión hace referencia de una Real Cédula de mediados del siglo XVIII que “hallaba mucha semejanza entre el joropo venezolano y el jarabe gatuno de México” muy a un baile en el Perú.

De tal manera, es de suponer que el joropo venezolano ya existía y probablemente -según historiadores e investigadores de la materia- sus raíces provengan de España por su peculiar manifestación de giros y acompañamientos típicos de la música medieval traidos con la colonización. Quedando en evidencia que la palabra “joropo” va desde Caracas hacia otras latitudes, conociéndose en el llano como “parranda”. Sin embargo, entre los países suramericanos donde más repunta este baile es en y Venezuela, en los llanos de ambos territorios extendiéndose paulatinamente a otras zonas. Pero es en Venezuela donde más arraigo ha tenido, expresándose en importantes variantes que mezclan estilizados de acuerdo a la región, como es el caso del joropo llanero, guayanés, central, oriental, guaribero o cordillerano, horconiao y urbano entre otros. 

De esta misma forma referimos la existencia de numerosos tipos de interpretaciones de joropos a través de instrumentos musicales donde no falta el cuatro, el arpa y las maracas; entre estos ritmos se encuentran: Seis corrido, Seis numerao, Seis por derecho, Seis perreao, Pajarillo, Catira, Periquera, San Rafael, Quirpa, Carnaval, Chipola, Guacharaca, Gavilán, Gabán, Zumba que zumba, etc. En la región de los llanos el joropo está conformado por dos conocidas como pasaje y golpe, formas musicales que se ejecutan con cuatro, arpa y maracas. En ocasiones, el arpa es sustituida por la bandola llanera.

En este sentido cada de las comunidades de nuestra geografía nacional preserva en su historia la forma cómo llega este típico baile venezolano a sus predios. En el municipio Esteller data desde el nacimiento de la comunidad y desde entonces son innumerables los cuentos y anécdotas sobre las emotivas y vistosas parrandas realizadas tanto en la población como en las comunidades rurales. Presumiblemente los primeros bailes de joropo se realizan con nativos y pobladores venidos de las comunidades vecinas para celebrar las fiestas del Santo Patrono. Aún se conoce de varios caseríos que armaban grandes bailoteos de joropo en diferentes épocas del año, a saber: En Mantecal a principios de la comunidad con parrandas que amanecían; y a mediados del siglo pasado en las Trincheras en la casa de Jonás Rivero, en Maporal duraban los bailes casi una semana, en Negrones los mejores se realizaban en casa de Atanasio Loyo, en Bucaral los presentaba Concepción Jara, en La Montaña fueron muy fastuosos antes de la trágica muerte de Camilo Pérez; así como estos caseríos tambien otras comunidades de la jurisdicción  organizaban sus bailes para celebrar cualquier evento.

Se cuenta que en el desaparecido caserío El Paradero el señor Purifico Matute creó un joropo muy popular en la época llamado “El golpe de la California". También se cuenta que en una oportunidad hubo un gran baile en la casa de Jonás Rivero en Las Trincheras, la gente presenció y participó en la fiesta contaron que los copleros Pancho Soto y Reyes Zabaleta duraron más de un día contrapunteando, previamente estos copleros habían pactado no repetir los versos, el que lo hiciese perdía y se marchaba del baile, resulta que al siguiente día ambos copleros se despidieron sin repetir ningún verso.

Otra anécdota de estos festines campestres narra que cuando la señora Toribia Echenique tenía 8 meses de embarazo se antojó de ir a una de esas fiestas, pero su esposo Mamerto Jiménez se opuso y al fin accedió a la petición sugiriéndole que “tuviese mucho cuidado porque estaba muy preñada”, a lo que ella le replicó “no importa, lo paro bailando”; a los pocos días nació Ramón Echenique popularmente conocido como “El hijo de jacha y machete”.

José Vicente Rojas - Hugo Estrada Castillo



Este sencillo poema va para el poeta grande que hace cincuenta años, durante alguna mañana, tarde o noche del mes de agosto dio vida a una hermosa letra que impactaría para siempre la visión del exigente oficio de pescador y la magia apasionante de un río...
Este poeta se llama José Vicente Rojas a quien tuve la oportunidad de conocer este año gracias a Fidel Silva El Correo del Folklore...

Poeta del estado Apure,
el de la palabra amena.
El que construye poemas
para que el llano perdure.
Aquél que canta a los ríos
a la gaviota y la morena.
Aquél que ha sido testigo
de viejas costumbres llaneras.
El bardo que con poemas
ha sabido capturar
a ese Llano que se hace querencia
para tantos hombres de empeño.
No llegaría a mis veinte años
cuando escuché por vez primera
esa mágica combinación
de palabras y sentimientos
que retrataría la esencia
de la región apureña.
Lejos estaba de imaginar
que nuestros caminos se cruzarían.
Que cuatro décadas más tarde
iba a tener el honor de conocer
al insigne trovador
que en palabras breves y sencillas
iba a hacer inmortal
al pescador del río Apure.
-- Hugo Estrada Castillo --

El Llano de Doña Bárbara

 El Llano enloquece y la locura del hombre de la tierra ancha y libre es ser llanero siempre. En la guerra buena, esa locura fue fla carga irresistible del pajonal incendiado, en Mucuritas, y el
retozo heroico de Queseras del Medio, en el trabajo: la doma y el ojeo que no son trabajo sino temeridades; en el descanso: la llanura en la malicia del “cacho”, en la bellaquería del “pasaje”, en la melancolía sensual de la copla; en el perezoso abandono: la tierra inmensa por delante y no andar, el horizonte todo abierto y no buscar nada; en la amistad: la desconfianza al principio,  y  luego  la  franqueza  absoluta;  en  el  odio:  laarremetida impetuosa; en el amor: “primero mi caballo”. ¡La
Llanura siempre!”


 
 Argenis Méndez Echenique
Historiador, Investigador
Cronista de Apure




 EL LLANO DE DOÑA BÁRBARA
( Aproximación al un estudio histórico-literario de la novela "Doña Bárbara" de Rómulo Gallegos)


Reconozco que el tema es un poco delicado y mucho mi atrevimiento al venir ante ustedes a hablar del mundo vivencial y telúrico de Doña Bárbara. Así que comenzaré  mi  exposición  citando  a  un    eminente  intelectual    barinés compenetrado con su Llano como lo fue   Orlando Araujo, quien en uno de sus trabajos precisa los términos del manejo que hizo Don Rómulo Gallegos del escenario  llanero en Doña Bárbara: 

“Nuevo  sentido  del  paisaje.  Hay  en  Gallegos  un  nuevo
sentido o visión, o colocación del y dentro del paisaje y la
naturaleza; en primer lugar, un alejamiento del paisaje virgiliano
(Geórgicas) ofrecido en combinaciones de ciudad y campo
(Caracas y sus alrededores de litoral y haciendas). Reinaldo
Solar y La Trepadora rinden, todavía, tributo a esa tradición
que se rompe en Doña Bárbara, donde el paisaje ya no es
naturaleza amansada sino tierra abierta y salvaje. Así el paisaje
deja de ser estático marco de romances y costumbres, para
incorporarse como factor dinámico de lucha, como personaje.
Se  abandona  el detallismo  nativista  y  se  ofrecen  grandes
conjuntos  o  masas  narrativas  mediante  una  técnica  de
selección simbólica” (“Doña Bárbara ante la Crítica”)..

De aquí se deduce, que para hablar del Llano de Doña Bárbara es necesario saber que en este tema se deben enfocar varios aspectos:    el geohistórico, el sociológico, el psicológico y   el literario, entre otros, siempre con criterio de globalidad.

Así, puedo   decir que el Llano es un mundo aparte, diferente. Apure, en mi concepción, lo es, aún dentro del mismo Llano. Siempre he considerado que Apure es un mundo totalmente distinto al resto del Llano y a Venezuela. Su sociedad y su tiempo  tienen un ritmo y condiciones de marcha diferentes a las del resto del país, debido a que su geografía, su hábitat y su gente tienen una idiosincrasia muy particular, muy propia.

Sin caer en odiosos etnocentrismos al hablar de la “apureñidad”, debemos decir que es como señalar la identificación de sus habitantes con la región llanera del territorio venezolano conocido como Apure, la tierra de Doña Bárbara y Santos Luzardo. Barbarie y civilización.

¿Qué lo hace diferente?. Su geografía sin cerros, con grandes extensiones de sabanas, cruzadas por caudalosos ríos que discurren de oeste (arriba) a este (abajo) hacia el Orinoco, bordeados de bosques de galería. Con población aborigen nómada, trashumancia impuesta por las estaciones del año. Los primeros centros urbanos organizados a la manera española   fueron conformados con población indígena, por los misioneros religiosos capuchinos andaluces, aportadores de nuevos elementos culturales, reses y caballos, instrumentos musicales de cuerda,   cantos y romanceros   populares de sus tierras  de  origen,  que  amalgamados  con  los  talentos  nativos  y  algunos afroamericanos llegados luego forjaron el joropo, la tonada y el contrapunteo, ayudando a mitigar la soledad y la fatiga de la faena diaria del llanero apureño en un horizonte preñado de infinitud.

Es así como podemos interpretar este proceso sociocultural con las palabras  de  una  calificada  antropóloga  venezolana  contemporánea: “La identidad cultural de las nuevas sociedades mestizas estuvo determinada, cualitativa y cuantitativamente, por el carácter específico de la base social
aborigen, por la herencia cultural de cada pueblo. El factor de unidad general de dichas sociedades radica en el encuadre común: político, administrativo, económico, religioso, etc., que significó el régimen colonial español” (VARGAS ARENAS, 1993: 51).

Nuestra historia reseña que existía en la época colonial española la prohibición de penetrar y asentarse en el territorio apureño, sin embargo San Fernando de Apure   fue fundada por Don Fernando Miyares en 1788 con doscientos  vecinos  de  origen  europeo  que  residían  en  sus  alrededores (recuérdese la vieja costumbre colonial indiana de “se acata pero no se cumple”). Esto da una idea de la forma como se dio la ocupación de este territorio, que nuestra paisana Yarisma   Unda llamaría “espacio de refugio”, para quienes escapaban de la represión real española, sin importar el origen étnico de los fugitivos. Así mismo da idea  del proceso de mestizaje que originó al llanero apureño, en apenas  un corto lapso de cuarenta años de vida colonial que va de la séptima década del siglo XVIII a 1810.

Es  conocido  que  la  irrupción  del  llanero  en  la  historia  venezolana  y continental se dio de manera violenta, a  lomo de caballos y a punta de lanzas, primero con el implacable Boves,   que acabó con la república mantuana de nuestros inicios autonómicos,   luego con las heroicidades del catire Páez, que hicieron posibles las campañas redentoras y    libertarias del Gran Bolívar, forjando bizarramente la epopeya de la Patria Grande en su glorioso paso de los Andes,   Boyacá, Carabobo, Pichincha, Junín y Ayacucho. Allí estaban en primera fila los apureños. Sin embargo,   la consolidación de su personalidad como pueblo se va a ir decantando a través del tiempo, de los vínculos de identidad,  pertenencia  y  reconocimiento,  con  alto  contenido  simbólico, fundamentalmente  en el transcurso de los siglos XIX y XX. Historia, tradición y costumbres son el sustento de la apureñidad. Ese es el Llano de Doña  Bárbara.

Un estudioso contemporáneo de la realidad llanera, habla de manera bastante objetiva del tema: 
 “Las formas culturales que encontraron asiento en el Llano antes del advenimiento de la moderna civilización del consumo, aunque diversas entre sí, muestran algo de común, en tanto que ninguna de ellas, incluida la establecida a partir de la conquista  española,  participa  de  las  actitudes  típicas  que caracterizan  la  relación  del hombre  contemporáneo  con  la naturaleza. Por este motivo, unido a otros que ya antes hemos mencionado, el paisaje   llanero   permaneció básicamente el mismo, sin alteraciones fundamentales, por espacio de cuatro siglos  contados  a  partir  de  la  llegada  de  los   primeros europeos…”(PINTO SAAVEDRA, 2007: 25). 

Y más adelante el mismo autor expone: “El paisaje llanero, por siglos ha permanecido sin amo ni señor y el hombre aquí se ha visto abocado a hacer su historia al mismo tiempo que se empeña en dominar una naturaleza áspera y rebelde que, no obstante, le ha dictado ella misma los medios con los cuales imponerse victoriosamente a sus obstáculos” (Ob. Cit.: 76).

Sánchez  Osto,  uno  de  nuestros  estudiosos  más  profundos  de  la idiosincrasia apureña señalaba ((1980: 22): “El poblador de las sabanas a donde se fue el descendiente fusionado del primer ocupante con el vernáculo, tuvo que ser por necesidad es el  llanero primitivo diseminado con los primeros vobinos: tipo surgido en un medio hostil, en el seno inclemente de la Zona Tórrida, entre ríos caudalosos, pantanos o rebalses inmensos, o sequías pavorosas  según  las  estaciones,  animales  feroces,  peligros  inauditos, productos exuberantes como aquella naturaleza, llegó a ser necesariamente el señor de las llanuras de Venezuela”.

Según el criminólogo venezolano Gómez Grillo (2000: 39): “El Llano supone una subcultura regional. La familia Luzardo - Barquero corresponde a una modalidad subcultural desprendida de aquella […]. El parámetro subcultural es evidente en todo el proceso conductual de los personajes de “Doña Bárbara”.

Pero el sabio criminólogo la mira como una verdadera “Subcultura Delictiva”. Sin embargo, el Maestro Gallegos consideraba, al hablar del Llano de Doña Bárbara, que era como identificaba a Apure, según Adolfo Rodríguez (1979.6),          “El Llano es la tierra de Dios”   y -agrega luego que   Gallegos en un discurso pronunciado en La Habana en 1949- lo reafirmó    enfáticamente:

“Tierras del hondo silencio virgen de voz humana, de la soledad profunda, del paisaje majestuoso que se pierde de no ser contemplado… Tierras del Llano infinito donde el grito largo se convierte en copla…”

La descripción del llano apureño  que hace el maestro Gallegos  es un vivo canto a su naturaleza bravía:
“El Llano enloquece y la locura del hombre de la tierra ancha y
libre es ser llanero siempre. En la guerra buena, esa locura fue
la carga irresistible del pajonal incendiado, en Mucuritas, y el
retozo heroico de Queseras del Medio, en el trabajo: la doma y
el ojeo que no son trabajo sino temeridades; en el descanso: la
llanura en la malicia del “cacho”, en la bellaquería del “pasaje”,
en la melancolía sensual de la copla; en el perezoso abandono:
la tierra inmensa por delante y no andar, el horizonte todo
abierto y no buscar nada; en la amistad: la desconfianza al
principio,  y  luego  la  franqueza  absoluta;  en  el  odio:  la
arremetida impetuosa; en el amor: “primero mi caballo”. ¡La
Llanura siempre!” (2005: 93).

11 de agosto de 2014

Justo Brito y Juan Tabare - Yorman Tovar



JUSTO BRITO Y JUAN TABARE


“Justo Brito y Juan Tabare. / Hombres de vera y peinilla/ como no pare otra madre. / Por una vieja rencilla, / en el lugar que se vieran/ la muerte juraron darse. / Dicen que el primer encuentro/ lo tuvieron una tarde/ cuando iba Justo Brito/ con Paulina Colmenares/ bailando un zumba que zumba/ de esos que entibian la sangre”. 

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 Profesor Universitario
Poeta










Así comienza el poema romanceado del poeta Ángel Celestino Bello, nacido en El Chaparro-Anzoátegui, el 16 de diciembre de 1902.  Pedagogo y periodista. Laboró en diferentes diarios anzoatiguenses, fue maestro de aula y llegó a ser Director de Cultura de su estado natal. Autor de los poemarios: Copa de barro, Cantos de mi cántaro y de poemas célebres como Esta es la tierra de Juan, Chamizos, Furrúa, Ventana del tiempo, y Zaranda. Sin embargo, sus dos poemas más reconocidos son: El zambo Críspulo Hernández y Justo Brito y Juan Tabare. Éste, con el que iniciamos nuestra columna, ha sido grabado en voces de los declamadores Luis Edgardo Ramírez y Víctor Morillo El Tricolor de Venezuela; además,  en tiempo de Seis por derecho por los intérpretes: Carlos González (guariqueño) y Orlando El Cholo Valderrama (colombiano).

Tanto “Justo Brito y Juan Tabare” como ”El zambo Críspulo Hernández”, son romances o corríos en los que se relata el estado belicoso del llanero, enarbolando la vieja costumbre del duelo a muerte por defender el honor personal, de la madre y el de la mujer amada o deseada, así como el pundonor íntimo del hombre guapo y de coraje, tradiciones propias del costumbrismo rural del pueblo venezolano.

Cuenta Ernesto Luis Rodríguez en su obra Nunca es tarde (1997: 42-43): Un día llegó a mi pueblo, desde El Chaparro el poeta Ángel Celestino Bello, autor de Justo Brito y Juan Tabare. Sin conocerlo personalmente, yo le había enviado mi libro Agraz; y él -con aquella bohemia generosa que lo hacía alegre y locuaz en todas partes- me trajo un soneto a manera de ritornelo: Gota a gota con íntima alegría/ bebiendo estoy del vino de tu vaso... y más adelante agregaba: camino por tu libro paso a paso/ contemplando el rosal de tu belleza. Un amigo nos invitó a un caserío cercano donde había fiesta popular rociada de contrapunteos, tragos y mujeres. A caballo recorrimos algunas leguas y llegamos a las siete de la noche. Cuando pusimos pie en tierra la música estaba en plena euforia y un cantador llanero hacía las delicias de la concurrencia. El poeta Bello pasó adelante diciendo en alta voz: Yo vengo desde Zaraza/ por una sola vereda; /el que me siga los pasos/ se ahoga en la polvareda.
Y prosigue Ernesto Luis: Como un relámpago alumbró la voz recia de un coplero alto, vibrante y emocionado: No hiere la buena copla/ ni el chiste malo molesta, / para lo bueno y lo malo/ sabemos dar la respuesta. Bello quedó estupefacto por lo relancino de la contestación. Nos miramos con algo de asombro y el bardo amigo que no era cantador de contrapunteos, pero sí un poeta chispeante de fácil improvisación, contestó para salir del paso: Oyendo esta copla buena/ me arrepiento de la mía; / pero esta pena se acaba/ con una cerveza fría. La gente del lugar nos rodeó con alegría ofreciéndonos el brindis y el afecto. Y allí, en aquel ambiente de limpia emoción venezolana, estuvimos hasta el amanecer pidiendo palomitas para bailar con Paulina Colmenares.  Y es que la copla empata amigos cuando la usamos para gozar con ella.

Esa vieja costumbre de pelear por mujeres en los bailes obedece a la cultura del machismo latinoamericano. Basta revisar la canción rancheraRosita Alvires (la infortunada joven asesinada por despreciar en un baile a un matón llamado Hipólito). Era muy normal hasta hace poco que una dama, anduviese con quien fuera, no debía despreciar a ningún hombre, pues éste estaba en el derecho de prohibirle bailar con otro. A partir de allí, se suscitaban las camorras, pues cualquier acompañante de una dama, ante la actitud de cualquier despreciado, podía contestarle: ¡-Mire, cámara, el que come tierra carga el terrón en el bolsillo!; es decir: el que le gusta bailar carga su pareja.

Ahora cuando estoy preparando mi Trabajo de ascenso para Profesor Titular de la UNELLEZ, con esta temática del nativismo poético venezolano, me permito valorar  en el análisis literario a cada uno de los poetas seleccionados; y estudiando la temática del poeta Bello, recuerdo que nuestro poeta inolvidable, paisano de Guanarito Efraín García me contaba de sus parrandas de tres días con sus noches en las calles del pueblo de El Tigre, declamando versos, acompañados por el bandolín de Rubén Carvajal, nombrado por El Catire Carpio en su pasaje Aragua de Barcelona.

Finalmente afirmo que no solamente tenemos en el llano todavía la dicha de compartir la palomita de una Paulina Colmenares en un baile, sino que aún quedamos –aparte de los copleros cantores como Agustín Díaz- muchos Ángel Celestino Bello, parranderos, improvisadores del verso relancino. En Guanarito Luis Durán, en Guanare Ramón La Cruz, en Barinas Juan de La Cruz Díaz; y por cualquier camino bohemio nos bochamos al pie del arpa, la trilogía: Cheo Ramírez, Alfonso El Negro Palacios y quien escribe. Como dijo Ernesto Luis Rodríguez en su poema Arriero, lo vuelvo a repetir: Cuando se nace en el llano/ se tiene que ser coplero/ porque allí es donde se prueban/ las cosas del sentimiento,/ y si no es en octosílabos/ el verso no sabe a verso.