JUSTO BRITO Y
JUAN TABARE
“Justo Brito y Juan Tabare. / Hombres de vera y peinilla/ como no pare otra madre. / Por una vieja rencilla, / en el lugar que se vieran/ la muerte juraron darse. / Dicen que el primer encuentro/ lo tuvieron una tarde/ cuando iba Justo Brito/ con Paulina Colmenares/ bailando un zumba que zumba/ de esos que entibian la sangre”.
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Profesor Universitario
Poeta
Así
comienza el poema romanceado del poeta Ángel Celestino Bello, nacido en El
Chaparro-Anzoátegui, el 16 de diciembre de 1902. Pedagogo y periodista. Laboró en diferentes
diarios anzoatiguenses, fue maestro de aula y llegó a ser Director de Cultura
de su estado natal. Autor de los poemarios: “Copa de barro”,
“Cantos de mi cántaro” y de poemas
célebres como “Esta es la tierra de Juan”,
“Chamizos”, “Furrúa”,
“Ventana del tiempo”, y “Zaranda”.
Sin embargo, sus dos poemas más reconocidos son: “El zambo
Críspulo Hernández” y “Justo
Brito y Juan Tabare”. Éste, con el que
iniciamos nuestra columna, ha sido grabado en voces de los declamadores Luis
Edgardo Ramírez y Víctor Morillo “El Tricolor de
Venezuela”; además,
en tiempo de Seis por derecho por los intérpretes: Carlos González
(guariqueño) y Orlando “El Cholo”
Valderrama (colombiano).
Tanto “Justo Brito y
Juan Tabare”” como “”El zambo Críspulo Hernández””, son romances o “corríos”
en los que se relata el estado belicoso del llanero, enarbolando la vieja
costumbre del duelo a muerte por defender el honor personal, de la madre y el
de la mujer amada o deseada, así como el pundonor íntimo del hombre guapo y de
coraje, tradiciones propias del costumbrismo rural del pueblo venezolano.
Cuenta Ernesto Luis
Rodríguez en su obra Nunca es tarde
(1997: 42-43): Un día llegó a mi pueblo, desde El Chaparro el poeta Ángel
Celestino Bello, autor de “Justo Brito y Juan
Tabare”. Sin conocerlo personalmente, yo le había
enviado mi libro “Agraz”; y él -con
aquella bohemia generosa que lo hacía alegre y locuaz en todas partes- me trajo
un soneto a manera de “ritornelo”:
“Gota a gota con íntima alegría/ bebiendo estoy
del vino de tu vaso”... y más adelante
agregaba: “camino por tu libro paso a paso/ contemplando
el rosal de tu belleza”. Un amigo nos invitó
a un caserío cercano donde había fiesta popular rociada de contrapunteos,
tragos y mujeres. A caballo recorrimos algunas leguas y llegamos a las siete de
la noche. Cuando pusimos pie en tierra la música estaba en plena euforia y un
cantador llanero hacía las delicias de la concurrencia. El poeta Bello pasó
adelante diciendo en alta voz: “Yo vengo desde Zaraza/
por una sola vereda; /el que me siga los pasos/ se ahoga en la polvareda”.
Y prosigue Ernesto
Luis: “Como un relámpago
alumbró la voz recia de un coplero alto, vibrante y emocionado: “No
hiere la buena copla/ ni el chiste malo molesta, / para lo bueno y lo malo/
sabemos dar la respuesta”. Bello quedó
estupefacto por lo relancino de la contestación. Nos miramos con algo de
asombro y el bardo amigo que no era cantador de contrapunteos, pero sí un poeta
chispeante de fácil improvisación, contestó para salir del paso: “Oyendo
esta copla buena/ me arrepiento de la mía; / pero esta pena se acaba/ con una
cerveza fría”. La gente del lugar nos rodeó con alegría
ofreciéndonos el brindis y el afecto. Y allí, en aquel ambiente de limpia
emoción venezolana, estuvimos hasta el amanecer pidiendo “palomitas”
para bailar con Paulina Colmenares. Y es
que la copla empata amigos cuando la usamos para gozar con ella”.
Esa vieja costumbre de
pelear por mujeres en los bailes obedece a la cultura del machismo
latinoamericano. Basta revisar la canción ranchera“Rosita
Alvires” (la infortunada joven
asesinada por despreciar en un baile a un matón llamado Hipólito). Era muy
normal hasta hace poco que una dama, anduviese con quien fuera, no debía
despreciar a ningún hombre, pues éste estaba en el derecho de prohibirle bailar
con otro. A partir de allí, se suscitaban las camorras, pues cualquier
acompañante de una dama, ante la actitud de cualquier despreciado, podía
contestarle: ¡-Mire, cámara, el que
come tierra carga el terrón en el bolsillo!”;
es decir: el que le gusta bailar carga su pareja.
Ahora cuando estoy
preparando mi Trabajo de ascenso para Profesor Titular de la UNELLEZ, con esta
temática del nativismo poético venezolano, me permito valorar en el análisis
literario a cada uno de los poetas seleccionados; y estudiando la temática del
poeta Bello, recuerdo que nuestro poeta inolvidable, paisano de Guanarito
Efraín García me contaba de sus parrandas de tres días con sus noches en las
calles del pueblo de El Tigre, declamando versos, acompañados por el bandolín de
Rubén Carvajal, nombrado por “El Catire
Carpio” en su pasaje “Aragua de Barcelona”.
Finalmente afirmo que
no solamente tenemos en el llano todavía la dicha de compartir la “palomita”
de una Paulina Colmenares en un baile, sino que aún quedamos –aparte de los
copleros cantores como Agustín Díaz- muchos Ángel Celestino Bello, parranderos,
improvisadores del verso relancino. En Guanarito Luis Durán, en Guanare Ramón
La Cruz, en Barinas Juan de La Cruz Díaz; y por cualquier camino bohemio nos
bochamos al pie del arpa, la trilogía: Cheo Ramírez, Alfonso “El Negro”
Palacios y quien escribe. Como dijo Ernesto Luis Rodríguez en su poema “Arriero”,
lo vuelvo a repetir: “Cuando se nace
en el llano/ se tiene que ser coplero/ porque allí es donde se prueban/ las
cosas del sentimiento,/ y si no es en octosílabos/ el verso no sabe a verso”.
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