"El Llano es y seguirá siendo el refugio del descontento, el refugio delo que hemos sido siempre; porque el Llano, a pesar de toda su transculturación, no se muere nunca; porque queda la nostalgia, el recuerdo, queda la música, queda ese cuento que pasa de padre a hijo para que no se lo lleve el olvido" José León Tapia


12 de octubre de 2014

Una Noche de Tormenta - Hugo Estrada Castillo



En honor a mi papá Hugo José Estrada Ripari quien disfrutaba mucho de contar este relato y quien de hecho lo dejó escrito en los borradores de un libro que no llegó a publicar.

Noche de rayos y truenos
Noche en la Trinidad de Arauca
Noche de padre e hijo
Noche de José Natalio Estrada
Noche de Hugo Estrada Ripari
Año 1943
(Fragmento)

"Durante ese año de 1943 contaba yo apenas con 13 años y nos encontrábamos realizando una larga travesía por la sabana. Perdido el camino, nos internamos mi padre y yo en una interminable tormenta. Los rayos parecían estar haciendo prácticas de tiro.

Mi padre me gritó: ¡Quédate bien atrás!...que si nos cae un rayo mate a uno solo de los dos!

A pesar del infinito peligro que representaban, me sentía mejor con el intenso y multidireccional resplandor de los relámpagos porque al menos veía el paisaje, ubicaba el lugar donde se encontraba mi padre. Esto me permitía seguirlo, ya que al apagarse el fulgor de los relámpagos, quedaba encandilado, bajo el manto de una absoluta oscuridad, inmerso en la intensa lluvia, que no me permitía ver ni siquiera la cabeza del caballo y mucho menos mis manos, pues estaban debajo de la cobija de pelo, manteniendo el control de las riendas por cualquier eventualidad.

Pasamos un pequeño caño donde el agua llegaba a la argolla de la cincha de la bestia, justo debajo de mi rodilla…pensé levantar la cobija para que no se empapara, pero recordé los tembladores y preferí no dejar el control del caballo, pues un toque de su corriente obligaría a corcovear al noble animal.
Los gritos de papá eran persistentes:

¡Quédate atrás!...¡Que no nos mate a los dos!

Pasamos una laguna baja y monótona por lo inmensamente larga, el pecho del caballo apartaba las plantas acuáticas flotantes, llamadas me voy contigo. Las mismas se separaban para dejar paso al animal y se reunían de nuevo para cerrarse detrás de la bestia y continuar acompañándonos.

De repente un rayo cayó cerca y estremeció la sabana…no sabía dónde me encontraba con relación a mi padre.Gracias a Dios, ese fue el último rayo de una peligrosa secuencia que parecía buscarnos con su cada vez mayor cercanía.

Ahora entramos en un barinal, las espinas cobraban en mis piernas su insaciable tributo sabanero agravando el dolor causado por la vacuna del caballo, que con su sudor, hacía brotar en el lado interno de la pierna pequeños puntos de pus que todavía no habían cicatrizado.

Finalmente llegamos a las inmediaciones de Mata de Casquillo donde don Narciso Quintana nos hizo preparar algo de comer y luego nos acostamos con los tambores y lamparazos de la tempestad.
A mis trece años, en ese momento me sentí propietario de un cuerpo húmedo, resentido, adolorido por todas partes, especialmente en las piernas, frustrado y cansado, pero también me sentí hombre…
Un par de días después cabalgando hacia la Trinidad encontramos varias reses muertas…habían sido calcinadas por un rayo."

-- Hugo José Estrada Ripari --

No hay comentarios:

Publicar un comentario

NOS INTERESA TU OPINIÓN