En honor a mi papá Hugo José Estrada Ripari quien disfrutaba
mucho de contar este relato y quien de hecho lo dejó escrito en los borradores
de un libro que no llegó a publicar.
Noche de rayos y truenos
Noche en la Trinidad de Arauca
Noche de padre e hijo
Noche de José Natalio Estrada
Noche de Hugo Estrada Ripari
Año 1943
(Fragmento)
"Durante ese año de 1943 contaba yo apenas con 13 años
y nos encontrábamos realizando una larga travesía por la sabana. Perdido el
camino, nos internamos mi padre y yo en una interminable tormenta. Los rayos
parecían estar haciendo prácticas de tiro.
Mi padre me gritó: ¡Quédate bien atrás!...que si nos cae un
rayo mate a uno solo de los dos!
A pesar del infinito peligro que representaban, me sentía
mejor con el intenso y multidireccional resplandor de los relámpagos porque al
menos veía el paisaje, ubicaba el lugar donde se encontraba mi padre. Esto me
permitía seguirlo, ya que al apagarse el fulgor de los relámpagos, quedaba
encandilado, bajo el manto de una absoluta oscuridad, inmerso en la intensa
lluvia, que no me permitía ver ni siquiera la cabeza del caballo y mucho menos
mis manos, pues estaban debajo de la cobija de pelo, manteniendo el control de
las riendas por cualquier eventualidad.
Pasamos un pequeño caño donde el agua llegaba a la argolla
de la cincha de la bestia, justo debajo de mi rodilla…pensé levantar la cobija
para que no se empapara, pero recordé los tembladores y preferí no dejar el
control del caballo, pues un toque de su corriente obligaría a corcovear al noble
animal.
Los gritos de papá eran persistentes:
¡Quédate atrás!...¡Que no nos mate a los dos!
Pasamos una laguna baja y monótona por lo inmensamente
larga, el pecho del caballo apartaba las plantas acuáticas flotantes, llamadas
me voy contigo. Las mismas se separaban para dejar paso al animal y se reunían
de nuevo para cerrarse detrás de la bestia y continuar acompañándonos.
De repente un rayo cayó cerca y estremeció la sabana…no
sabía dónde me encontraba con relación a mi padre.Gracias a Dios, ese fue el
último rayo de una peligrosa secuencia que parecía buscarnos con su cada vez
mayor cercanía.
Ahora entramos en un barinal, las espinas cobraban en mis
piernas su insaciable tributo sabanero agravando el dolor causado por la vacuna
del caballo, que con su sudor, hacía brotar en el lado interno de la pierna
pequeños puntos de pus que todavía no habían cicatrizado.
Finalmente llegamos a las inmediaciones de Mata de Casquillo
donde don Narciso Quintana nos hizo preparar algo de comer y luego nos
acostamos con los tambores y lamparazos de la tempestad.
A mis trece años, en ese momento me sentí propietario de un
cuerpo húmedo, resentido, adolorido por todas partes, especialmente en las
piernas, frustrado y cansado, pero también me sentí hombre…
Un par de días después cabalgando hacia la Trinidad
encontramos varias reses muertas…habían sido calcinadas por un rayo."
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