Anoche soñé que cabalgué sobre un brioso caballo
Hugo Estrada Castillo
Asesor Educativo para los Estados Unidos
Poeta, escritor e investigador
Anoche soñé que cabalgué sobre un brioso caballo encantado
por las sabanas del tiempo, en la Trinidad de Arauca…
Soñé que el mágico corcel galopaba cruzando las líneas del
tiempo; así como otros caballos cruzan caminos
y esteros.
Sentado sobre una amansada silla villacurana, ágilmente iba
enlazando recuerdos con una suave soga de cuero. Sin comprender bien el misterioso momento,
solté las riendas y deje llevar el rumbo al arrojado potro bayo jobero.
Apenas era un niño y me sentía centauro al recorrer las
sabanas de la Trinidad de Arauca. En el
lejano horizonte se arrodillaba un sol vencido. Invadían la escena fantásticos
colores siempre dispuestos a expandir sus límites naturales. Avanzaban y
retrocedían como reflejando una lucha mortal
entre combatientes ejércitos. Así, conquistando o cediendo terreno adelantaban
o se replegaban amarillos, rosas, rojos y naranjas; y a la vez le rendían en su mágica expresión, un
merecido homenaje al recién llegado sol de los venados.
El mostrenco intranquilo me acercaba despacio a mis años de
niño, cuando como testigo infantil, disfrutaba la inmensa flora y fauna que
reinaba en aquellos años lejanos. Entre tantos dignos representantes de la
fauna llanera, emergía Muñeco, un jovial cunaguaro que crió mi madre desde que
estaba recién nacido hasta bien entrado en años. Ese pequeño y bien querido
felino, reinaba sin contendientes entre la imponente quinta de dos plantas que
construyó mi padre y la cocina de la fundación. Ocasionalmente, Muñeco también acompañaba
a mi papá en sus largas travesías en jeep a supervisar trabajos de llano.
Viajero, fue el nombre que decidí ponerle al noble compañero
ecuestre que no dejaba de sorprenderme por su capacidad de traspasar la barrera
del tiempo. De repente, Viajero realizó
un elegante recorrido, como
bordeando el meandro de un río y ahora me llevó a mis años adolescentes.
Frente a un nuevo escenario, yo vislumbraba como dominaban
la modernización y la civilización en las miles de hectáreas del legendario
hato La Trinidad de Arauca. Cabalgábamos de día entre un firmamento de
estrellas, donde cada estrella era una cabeza de ganado. Sabanas enteras cubiertas de pastos naturales
se unían con el cielo en el horizonte, sin poner ningún tipo de límites al
lejano alcance de la exploradora mirada.
Todas las fundaciones del legendario hato, estaban ubicadas
estratégicamente para garantizar el buen cuidado, manejo y vigilancia de
aquella unidad de producción ganadera, durante las dos retadoras estaciones
climáticas que caracterizan a esta exigente zona apureña: lluvia y sequía.
Transcurría el mes de mayo, mes de entrada de aguas, época
de renacer y de procrear, donde una señal divina de Dios pareciera notificar a
la fauna, a la flora y también a los hombres y mujeres de esta preciosa región,
que había llegado el tiempo de enamorar, procrear y florecer.
Los lirios sabaneros y el trinar de las aves parecieran portar
ese mensaje de Dios. Estación en que los ríos, agresivos y sin piedad invaden
las sabanas, llenándolas de agua. Período en el que miles de aves migratorias nos visitan por
la repentina abundancia de agua y alimento que atrae y alborota a todo el reino
animal.
El llanero forma parte integrante de la naturaleza que
impera. Hombre y caballo se unen para formar un solo ser: el centauro llanero
que tanto aportó a la independencia de Venezuela, y que tanto aporta al
progreso de las hermosas, pero siempre retadoras y exigentes tierras llaneras.
Nuevamente contemplaba con mis ojos adolescentes el
misterioso escenario que muestra la inmensa conglomeración de seres que forman
el gran concierto llanero. Comparten horarios y espacios, la garza y el
araguato, el jaguar y la cascabel, la anaconda y la baba, y en donde todos
cumplen con su cuota-parte para mantener el equilibrio ecológico llanero.
Impetuosamente, Viajero me llevó a repetir galopantes escenas
de aquellos años mozos en que en alguna de mis viejas correrías anduve cabalgando
de a ratos tras las inmensas manadas de chigüires. Era común observarlos en
grupos de 400 o 500 animales que más nunca en la vida volverían a deleitar la mirada.
Cabalgando a discreción, Viajero guió el rumbo hasta la
fundación principal del legendario hato: la
famosa fundación la Mata. Construida sobre
un elevado médano ubicado en el centro del mismo
y desde donde se puede observar a 360 grados
toda la extensión del mismo. Allí mi abuelo José Natalio Estrada Torres hizo
levantar a principios de los años cincuenta la milagrosa imagen esculpida en
mármol de Carrara del Cristo de La Mata.
Viajero ahora buscando pasearme de nuevo por otros rumbos, me
llevó al lindero este, donde se encuentra la más importante de las varias fundaciones
dedicadas al trabajo fuerte de llano: hierra, doma, vacunación y otras
actividades relacionadas con el cuidado del ganado y las bestias.
Ahora me encontraba parado frente a lo que había sido el
viejo corral de madera, originalmente construido por mi bisabuelo José Natalio
Estrada Utrera. El mismo se encuentra a la sombra de hermosas matas de mango,
mamones y camorucos, que aportan sus prósperos y abundantes frutos para
alimento del ganado, y cuyo manto protector proporciona el lugar más fresco
entre todas las fundaciones del hato.
Repentina e impetuosamente, Viajero se levantó sobre sus
patas traseras, como buscando tomar impulso para iniciar un nuevo galope. Inmediatamente
comprendí que sólo quería sembrar en mí pecho el deseo de cruzar otra nueva línea
en el tiempo. Sin embargo, tras haber visitado aquellos años dorados, sentía
aprensión de lo que se pudiera esconder tras la muralla que oculta el incierto
destino que ocupa distintos espacios del tiempo.
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