"El Llano es y seguirá siendo el refugio del descontento, el refugio delo que hemos sido siempre; porque el Llano, a pesar de toda su transculturación, no se muere nunca; porque queda la nostalgia, el recuerdo, queda la música, queda ese cuento que pasa de padre a hijo para que no se lo lleve el olvido" José León Tapia


8 de junio de 2014

Anoche Soñé que Cabalgué sobre un Brioso Caballo - Hugo Estrada Castillo




 Anoche soñé que cabalgué sobre un brioso caballo

 


Hugo Estrada Castillo

Asesor Educativo para los Estados Unidos
Poeta, escritor e investigador





Anoche soñé que cabalgué sobre un brioso caballo encantado por las sabanas del tiempo, en la Trinidad de Arauca…

Soñé que el mágico corcel galopaba cruzando las líneas del tiempo; así como otros caballos cruzan  caminos y esteros.

Sentado sobre una amansada silla villacurana, ágilmente iba enlazando recuerdos con una suave soga de cuero.  Sin comprender bien el misterioso momento, solté las riendas y deje llevar el rumbo al arrojado potro bayo jobero.

Apenas era un niño y me sentía centauro al recorrer las sabanas de la Trinidad de Arauca.  En el lejano horizonte se arrodillaba un sol vencido. Invadían la escena fantásticos colores siempre dispuestos a expandir sus límites naturales. Avanzaban y retrocedían  como reflejando una lucha mortal entre combatientes ejércitos. Así, conquistando o cediendo terreno adelantaban o se replegaban amarillos, rosas, rojos  y naranjas;  y a la vez le rendían en su mágica expresión, un merecido homenaje al recién llegado sol de los venados.

El mostrenco intranquilo me acercaba despacio a mis años de niño, cuando como testigo infantil, disfrutaba la inmensa flora y fauna que reinaba en aquellos años lejanos. Entre tantos dignos representantes de la fauna llanera, emergía Muñeco, un jovial cunaguaro que crió mi madre desde que estaba recién nacido hasta bien entrado en años. Ese pequeño y bien querido felino, reinaba sin contendientes entre la imponente quinta de dos plantas que construyó mi padre y la cocina de la fundación. Ocasionalmente, Muñeco también acompañaba a mi papá en sus largas travesías en jeep a supervisar trabajos de llano.

Viajero, fue el nombre que decidí ponerle al noble compañero ecuestre que no dejaba de sorprenderme por su capacidad de traspasar la barrera del tiempo. De repente, Viajero realizó  un  elegante recorrido, como bordeando el meandro de un río y ahora me llevó a mis años adolescentes.
Frente a un nuevo escenario, yo vislumbraba como dominaban la modernización y la civilización en las miles de hectáreas del legendario hato La Trinidad de Arauca. Cabalgábamos de día entre un firmamento de estrellas, donde cada estrella era una cabeza de ganado.  Sabanas enteras cubiertas de pastos naturales se unían con el cielo en el horizonte, sin poner ningún tipo de límites al lejano alcance de la exploradora mirada.

Todas las fundaciones del legendario hato, estaban ubicadas estratégicamente para garantizar el buen cuidado, manejo y vigilancia de aquella unidad de producción ganadera, durante las dos retadoras estaciones climáticas que caracterizan a esta exigente zona apureña: lluvia y sequía.
Transcurría el mes de mayo, mes de entrada de aguas, época de renacer y de procrear, donde una señal divina de Dios pareciera notificar a la fauna, a la flora y también a los hombres y mujeres de esta preciosa región, que había llegado el tiempo de enamorar, procrear y florecer.

Los lirios sabaneros y el trinar de las aves parecieran portar ese mensaje de Dios. Estación en que los ríos, agresivos y sin piedad invaden las sabanas, llenándolas de agua. Período en el  que miles de aves migratorias nos visitan por la repentina abundancia de agua y alimento que atrae y alborota a todo el reino animal.

El llanero forma parte integrante de la naturaleza que impera. Hombre y caballo se unen para formar un solo ser: el centauro llanero que tanto aportó a la independencia de Venezuela, y que tanto aporta al progreso de las hermosas, pero siempre retadoras y exigentes tierras llaneras.                                                                                                                                                                                                 
Nuevamente contemplaba con mis ojos adolescentes el misterioso escenario que muestra la inmensa conglomeración de seres que forman el gran concierto llanero. Comparten horarios y espacios, la garza y el araguato, el jaguar y la cascabel, la anaconda y la baba, y en donde todos cumplen con su cuota-parte para mantener el equilibrio ecológico llanero.

Impetuosamente, Viajero me llevó a repetir galopantes escenas de aquellos años mozos en que en alguna de mis viejas correrías anduve cabalgando de a ratos tras las inmensas manadas de chigüires. Era común observarlos en grupos de 400 o 500 animales que más nunca en la  vida volverían a deleitar la mirada.

Cabalgando a discreción, Viajero guió el rumbo hasta la fundación principal del legendario hato:  la

famosa fundación la Mata. Construida sobre un elevado médano ubicado en el centro del mismo
y desde donde se puede observar a 360 grados toda la extensión del mismo. Allí mi abuelo José Natalio Estrada Torres hizo levantar a principios de los años cincuenta la milagrosa imagen esculpida en mármol de Carrara del Cristo de La Mata. 


Viajero ahora buscando pasearme de nuevo por otros rumbos, me llevó al lindero este, donde se encuentra la más importante de las varias fundaciones dedicadas al trabajo fuerte de llano: hierra, doma, vacunación y otras actividades relacionadas con el cuidado del ganado y las bestias.

Ahora me encontraba parado frente a lo que había sido el viejo corral de madera, originalmente construido por mi bisabuelo José Natalio Estrada Utrera. El mismo se encuentra a la sombra de hermosas matas de mango, mamones y camorucos, que aportan sus prósperos y abundantes frutos para alimento del ganado, y cuyo manto protector proporciona el lugar más fresco entre todas las fundaciones del hato.

Repentina e impetuosamente, Viajero se levantó sobre sus patas traseras, como buscando tomar  impulso para iniciar un nuevo galope. Inmediatamente comprendí que sólo quería sembrar en mí pecho el deseo de cruzar otra nueva línea en el tiempo. Sin embargo, tras haber visitado aquellos años dorados, sentía aprensión de lo que se pudiera esconder tras la muralla que oculta el incierto destino que ocupa distintos espacios del tiempo.

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