"El Llano es y seguirá siendo el refugio del descontento, el refugio delo que hemos sido siempre; porque el Llano, a pesar de toda su transculturación, no se muere nunca; porque queda la nostalgia, el recuerdo, queda la música, queda ese cuento que pasa de padre a hijo para que no se lo lleve el olvido" José León Tapia


15 de junio de 2014

Muerte al Anochecer - Hugo Estrada Castillo

Muerte al Anochecer

Hugo Estrada Castillo
Asesor Educativo para los Estados Unidos
Poeta, escritor e investigador




A pesar de ser apenas las diez de la mañana, el sofocante calor de Abril parecía penetrar la piel de todo ser viviente que se moviera por las costas del río Arauca. 

En la orilla norte descansaba el enorme animal. Su cuerpo, tan particular, hacía recordar a los gigantescos dinosaurios que habitaban la tierra hace millones de años. 

Aunque abundantes, no todos los ejemplares de esta especie lograban vivir hasta alcanzar más allá de los seis metros. El prehistórico ser parecía estar consciente de su enorme tamaño: ¡Medía más de seis metros! 

El poderoso reptil acostumbraba tomar el sol durante la mañana y parte de la tarde. Lo hacía siempre con su cabeza apuntando en dirección al agua, siempre en la orilla norte del río y siempre con sus enormes fauces abiertas. 

 A pesar de permanecer siempre alerta parecía igualmente confiado y consciente de que millones de años de evolución lo habían transformado en el animal mejor diseñado para un rápido y fulminante ataque dentro de las aguas del peligroso y turbulento río. 

Su boca era enorme y puntiaguda, sus dientes grandes, afilados y completamente visibles aún con la boca cerrada. Una fuerte coraza de cuero duro como el acero le garantizaba protección desde la nariz hasta la punta de la cola. 

Su espalda era como una armadura de fuerte placas corneas que más bien traían a la mente el recuerdo de un tanque de combate militar. Eran tan fuertes que la hacían inclusive a prueba de balas. Una tercera parte de su peso se concentraba en su cola. Su vista y oído eran muy agudos lo cual hacía muy difícil que fuese tomado por sorpresa. 

Desde su nacimiento había venido preparado para enfrentar la lucha diaria por sobrevivir. Sin embargo, cabe destacar, que desde que alcanzó el tamaño de un metro, su apetito, drásticamente comenzó a crecer progresivamente, su fuerza era cada vez mayor y su carácter se tornaba irascible. 

Al final de la tarde o durante la noche acostumbraba viajar largas distancias por el río en busca de comida. A lo largo de esa trayectoria apenas usaba las patas para nadar. En realidad, el movimiento bajo el agua se lo proporcionaba su enorme cola, la cual funcionaba como un potente propulsor moviéndolo velozmente con vigorosos golpes laterales. El animal se sentía como dueño del majestuoso río. Sabía que en ese mundo acuático muy pocos animales podían igualarle en tamaño y velocidad. 

En cada uno de sus ojos tenía un tercer párpado, el cual como una película transparente se movía transversalmente y de forma automática al sumergirse. Esto le permitía dominar una excelente Vista panorámica de todo aquello que sucedía bajo el agua. 

El alimento más fácil de obtener eran los peces. Para engullirlos solo le bastaba acelerar la velocidad y abrir su enorme boca. Al abrir la misma, una válvula cerraba automáticamente la tráquea lo cual le permitía atrapar a su presa sin que el agua penetrara en sus pulmones. Y al cerrar la boca aplastaba a todos aquellos peces pequeños que luego tragaba sin masticar. 

Sin embargo, su plato favorito estaba conformado por los grandes mamíferos sedientos que acudían al río. Aquella noche siniestra, el hambriento reptil iba dispuesto a atrapar a cualquier ser viviente que estuviese dispuesto a calmar su sed en la orillas del río.

 Repentinamente todos sus músculos se tensaron al notar un movimiento casi imperceptible. Se acercó sigilosamente sin dejar ni una mínima estela en el agua. Sus ojos parecían haberse llenado de alegría al constatar que se trataba de un fuerte váquiro sediento.

 El mamífero se encontraba inclinado y bebiendo rápidamente en las aguas del río. Para ese momento el imponente reptil se mantenía cautelosamente debajo del agua, pero ya muy cerca de la orilla. De repente, con un violento salto se disparó la enorme cabeza y en fracciones de segundos estaba cerrando, con la fuerza de una enorme prensa, sus mandíbulas sobre el desprevenido animal. Como era costumbre entre los animales de su especie el gigantesco reptil dio violentos giros sobre su cuerpo y se hundió con su presa para ahogar cualquier hilo de vida que aún pudiese existir…

 A la mañana siguiente, el prehistórico y gigantesco Caimán del Orinoco se encontraba una vez más disfrutando de los rayos del sol en la orilla norte del Río Arauca.

 Irónicamente el ambiente se encontraba en confortante y relajante calma. El hermoso paisaje llanero parecía más bien haberse congelado en el tiempo como un motivo inspirador para que algún destacado pintor realizara una hermosa pintura al óleo. Una pintura que mágicamente ocultara con su belleza los trágicos y aterradores sucesos que a diario acontecen en el imponente Río Arauca.

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